martes, septiembre 18, 2007

Regreso al Valle de los Conejos #2

El alba estaba helada como de costumbre. Y como de costumbre yo me había levantado antes que el sol y subí a los peñascos para esperar el amanecer que tanto me intrigaba, no tanto por la belleza de las vistas rocosas y cristalizadas por la escarcha, sino por lo que en algunos días despejados podía observarse allá muy lejos, en el vasto horizonte que se difuminaba hasta confundirse con el cielo. Allá, donde una tenue línea de azul brillante se dibujaba tímidamente al oeste y al este. “Es el mar, abandonado por los hombres hace mucho, cuando se tornó un pozo venenoso y tomó represarías nefastas”, dijo mi madre un día de aquellos cuando aún caminaba estas cumbres con nosotros. Allá donde los misteriosos desfiles de luces avanzaban fantasmales llevándose consigo algo de mi alma, y reemplazándola con sueños e ideas fantásticas de mundos aún activos y florecientes en lejanas tierras. ¿Que tal si alguien en lugares remotos ha devuelto belleza y salud a la tierra y los hombres están reconstruyendo el mundo de las viejas catástrofes?

Luego de un largo rato, la luz de la mañana llenaba ya las inmensurables alturas de la bóveda celeste y no podía ver nada más que monstruosos bancos de nubes que reptaban lentamente por las laderas de la cordillera, trayendo la promesa de fuertes granizadas o porque no, las primeras nevadas del año. El desfile terminó, o continuaba pero yo no lo podía ver más, así que bajé a la aldea, para ayudar en los preparativos de la expedición de cacería. Hoy mi padre, mis primos y yo emprenderemos un viaje largo, hacia los valles inferiores en busca de pieles de perros salvajes y palomas de monte, pues se acercan los días duros del invierno y la cantidad de presas en las montañas cercanas han decrecido alarmantemente. Continuará….

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