domingo, mayo 13, 2007

CRONICAS DE GAIA #3

Nos encontramos entonces en esa cámara enorme repleta de jaulas de gruesos barrotes, y numerosos y extraños artefactos destinados a la tortura. Es aquí, a este mismo lugar donde tantas veces nos trajeron los demonios para realizar sus despiadados experimentos. Miré a mi derecha y encontré las planchas metálicas y manchadas de sangre ennegrecida, donde tantas veces cortaron la piel de mis pies y manos, donde punzaban con gruesas agujas mi cabeza y muchas atrocidades más que no deseo recordar.
Un fuerte golpe metálico resonó con gran eco al otro extremo de la habitación; Krhol el orco, así creo que se pronuncia su nombre en la lengua de su gente, había lanzado contra la pared uno de los estantes con artilugios. Fue quizás porque todos deseábamos hacer lo miso que no nos extraño lo que hizo. Observé esa gran mole de músculo y cabello marrón, su pecho se hinchaba con una violencia pasmosa y su mirada estaba perdida en amargos y oscuros recuerdos y pesadillas. Ielenia, la chica élfica se le acercó por detrás y con una mano suave y delicada le tomó de la mano. Pude apreciar sus rostros en ese momento. El de él parecía cincelando en dura roca, erosionado por duras tormentas, casi carente de vida, el de ella, a pesar de las incontables quemaduras y cicatrices, dulce y apaciguador.
-¨Krhol, -dijo ella- todos los que caminamos este sendero de sombras, hemos conocido la amargura que consume tu alma en este momento - El orco permaneció inmutable, pero algo en la vos de la muchacha le llegó a profundos rincones de su corazón. Lo pude notar en la forma en que su respiración bajaba paulatinamente de ritmo.
-¨Mira niña de la luna, tu sabes que mi pueblo, si es que queda algo de él, ha jurado el exterminio total de tu raza. Tú eres mi enemigo ancestral. Nunca soñé que vería el día en que un elfo se acercase a mí sin el deseo de atravesar una flecha en mi cuello. Tus palabras son una revelación.¨
El orco levantó su poderoso brazo y extendió la mano hacia el rostro de la chica; Podría haber destrozado su frágil cuerpo de desearlo, pero en logar de eso poso su mano sobre su cabeza y le dio un par de palmadas que parecieron de cariño pero que talvez fueron muy fuertes, se dio media vuela y siguió su camino hacia el pasillo que continuaba. Ella se quedó allí y me miró, había alivio en su mirada; ella también se dirigió hacia el pasillo masajeándose el cuello.
A ellos los seguimos el enano Mithro, Lucian el otro elfo, que estaban observando la conversación… y yo, un simple humano.
¿Mi nombre? Yo no tengo nombre.







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